Se me ocurrió una tacita, dos tacitas por la noche antes de dormir, ¿y en qué cabeza cabe?, claro en la mía aprovechar el clima otoñal y ver la luna como romance. Error.
Y aquí estoy, a las tres de la mañana en el preámbulo mágico
del arte gramatical mal redactado, con insomnio, temblor en manos y cabeza, que
a retumbos me dice: empieza a fantasear y a extrañar personas a quienes no
pudiste decir hasta luego.
Solo quisiera hablar con ella una vez más, que con su sabiduría
me diera consuelo, que ya no regresara y nada se llevó, ninguna pertenencia ya
le pertenece, que consuele a mi madre, que acepte a sus hijos, que la vida se
toma a sorbos cual buen mezcal, para disfrutar.
Me quedo pendiente decirle cuanto la admiraba, cuanto quería
saber más de ella, que no valore lo que la necesitaba y lo que necesitaba de tenerla
cercana, aunque no fuera mi decisión en ese tiempo ya que dependía de mis
adultos en casa. De cuanto disfrute siendo niña con ella en breves momentos, de
el gusto que era saber que iría verla, de las aventuras que compartiría bajo su
techo, de lo más sencillo que es la vida y aprender a sembrarla, cosecharla y
consumirla.
Le extraño, más de veinte años pasaron, me duele ver que lo que me confeso en vida, solo una persona lo cumplió. Aún tengo barreras que romper y cosas que sanar. Bien se dice el escrito de Rosen Jaden: "Si volviera a nacer elegiría ser la madre de mi madre"
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